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lunes, 14 de febrero de 2011

Mujeres condenadas - CXI

En la arena tumbadas, cual recua pensativa,
hacia los horizontes del mar sus ojos vuelven,
y con los pies se buscan y sus manos cercanas
desmayos dulces tienen y temblores amargos.

Unas, almas prendadas de largas confidencias,
en el fondo del bosque donde arroyuelos cantan,
de niñeces medrosas el amor deletrean
y graban en el tronco verdes arbolillos;

las otras, como monjas, marchan lentas y graves
a través de las rocas de apariciones llenas,
donde vio San Antonio surgir sus tentaciones
con los pechos desnudos y purpúreos, cual lavas;

las hay que, al resplandor de chorreantes resinas,
en el mudo agujero de los antros paganos,
te llaman en ayuda de sus aullantes fiebres
¡Oh, Baco, que los viejos remordimientos duermes!

Y hay otras, cuyo cuello ama el escapulario,
que, escondiendo el cilicio bajo sus largas ropas,
mezclan en los boscajes, las noches solitarias,
la espuma del placer y el llorar del tormento.

¡Oh mártires, oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos,
cuyas almas tan grandes la realidad desprecian,
satiresas, devotas en busca de infinito,
ora llena de grios, ora llena de llantos,

a vosotras, que mi alma persiguió en vuestro infierno
amo, pobres hermanas, y a la vez compadeco,
por vuestras tristes penas, vuestra sed insaciable
y las urnas de amor que vuestros pechos colman!

Charles Baudelaire- Las flores del mal